Vigencia de la anarquía
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20-01-2014
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Carlos
Taibo participa en las Jornadas Libertarias de CGT-La Safor (País
Valenciano)
Vigencia
de la anarquía
Los
términos “anarquista” y “libertario” resultan sinónimos
casi perfectos en el ámbito hispano. Tal vez el adjetivo
“anarquista” acumule una mayor carga ideológica, y designe a
quienes hayan leído y sigan los textos de Bakunin, Kropotkin o
Malatesta. Pero el politólogo y activista Carlos Taibo, que
recientemente ha publicado “Repensar la anarquía” (Catarata),
prefiere a los “libertarios” que, con independencia de si han
leído o no a los “clásicos”, practican diariamente la
autogestión, la acción directa, el apoyo mutuo y la asamblea. “Se
da, hoy, una gran ebullición estas prácticas libertarias, aunque es
cierto que no de las organizaciones identitariamente anarquistas”,
afirma el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma
de Madrid.
La
propuesta libertaria actual debería pivotar, a juicio de Carlos
Taibo, en torno a tres ejes: una democracia directa y que rechace los
liderazgos; una práctica basada en la acción directa y sin
intermediarios; y, por último, la autogestión, que, aunque se
vincule habitualmente al mundo del trabajo, puede extenderse a
cualquier ámbito. Señala el politólogo que hoy se ha perdido esta
cultura autogestionaria que, en cambio, sí impregnaba al movimiento
obrero hispano antes de 1936 y con las colectivizaciones que empiezan
ese año. “Con centenares de miles de afiliados y recursos muy
notables, el único proyecto autogestionario de CCOO y UGT hoy es una
agencia de viajes”, ironiza.
Carlos
Taibo ha buceado en campos de estudio vastísimos: La implosión de
la URSS y del bloque oriental, la desintegración yugoslava, el
conflicto de Chechenia, el imperialismo estadounidense, la
mundialización, el movimiento antiglobalización, la crisis de la
Unión Europea, el nacionalismo español, el 15-M y el decrecimiento.
Incluso en 2010 publicó “Contra los tertulianos” (Catarata). En
sus libros y conferencias asoma una cabeza racional y calidoscópica,
de la que mana una capacidad de análisis extremadamente sutil. Un
bisturí mental que desmenuza las cuestiones tras haberlas
previamente categorizado, lo que facilita una comprensión integral.
Afirma
el autor de “Repensar la anarquía” que el proyecto libertario
“ha de ser orgullosamente anticapitalista, no meramente
antineoliberal”. Porque “uno puede ser un crítico radical del
neoliberalismo pero no cuestionarse el fondo del capitalismo”. ¿Por
qué vienen a cuento estos (grandes) matices? “La izquierda
tradicional de este país nos está diciendo que hemos de volver al
2007 y recomponer el estado del bienestar”, responde, y añade: “No
hay que buscar una salida a la crisis, sino al capitalismo”.
Cuando
se apela al “estado del bienestar” tampoco se sabe muy bien a qué
responde, realmente, esta acuñación. “El retrato oficial
embellece lo que fue esta forma de organización económica y social,
propia del capitalismo, y que bebe de las filosofías de la
socialdemocracia alemana y el sindicalismo de pacto”, apunta Carlos
Taibo. Por un lado, el “Welfare State” impide los proyectos
autogestionarios, según el politólogo, pero además, mantiene las
condiciones de explotación de los países del Sur, las mujeres y la
devastación ecológica. Por lo demás, en concentraciones y marchas
de organizaciones sociales se invoca la defensa de lo “público”.
“Está bien -admite el autor de “El decrecimiento explicado con
sencillez”-, pero habría que añadir los adjetivos
“autogestionado” y “socializado”, porque lo público en sí
mismo no es garantía de nada”.
Puede
que, por pragmatismo, por travestismo o por la derrota histórica
sufrida, la izquierda haya postergado una verdad que los clásicos
tenían muy asumida: la naturaleza de clase del estado. Taibo
recuerda que el estado es una institución al servicio de la clase
dominante (aunque ciertamente hay supuestos de alienación y
explotación que no pasan por la maquinaria estatal). En
consecuencia, “me preocupa que cunda la idea de que el estado nos
protege”. Porque “hay una dimensión represiva, policial-militar
y autoritaria de los estados, que precisamente hoy es cada vez más
fuerte”.
Cuando
un anarquista afirma ser partidario de la democracia directa, se le
suele responder que la propuesta es inviable porque el mundo
occidental se basa en sociedades complejas. Por eso la idea de
democracia directa ha de ir acompañada de cuatro verbos, a juicio de
Carlos Taibo: decrecer; desurbanizar; destecnologizar y
descomplejizar. A estas alturas de la historia, el decrecimiento es,
al menos en el Norte, un imperativo inexcusable. El caso español: la
huella ecológica es de 3,5, es decir, para mantener la actividad
económica actual, harían falta tres veces y media los recursos del
territorio. Pero no sólo se trata de reducir los niveles de consumo
y vivir mejor con menos, sino que se debería recuperar la vida
social, el ocio creativo (frente al monetarizado), repartir el
trabajo, reducir las dimensiones de las infraestructuras
(administrativas y de transporte) y apostar por la democracia local.
En lo individual, otro reto: la sobriedad y la sencillez voluntaria.
¿Por
qué razón “desurbanizar” o volver al mundo rural? Hace un siglo
la gente migraba a las ciudades en busca de oportunidades y para
vivir mejor, pero en la actualidad, “la mayoría de nuestras
ciudades se han convertido en espacios inhabitables”, apunta el
politólogo gallego. Cuestión más vidriosa es la de
“destecnologizar”, porque se aduce habitualmente una supuesta
“neutralidad” de las tecnologías (sus efectos benéficos o
perversos dependerían del uso que se les dé). Carlos Taibo llama a
“utilizar con mucha prudencia las tecnologías que se nos imponen”.
John Zerzan, gran filósofo del anarcoprimitivismo, subraya que todas
las tecnologías creadas por el capitalismo llevan la impronta de la
explotación y la división del trabajo.
Dada
la creciente complejidad de las sociedades del Centro del sistema,
dar un paso atrás, “descomplejizar”, no parece sencillo. Pero
ofrece grandes ventajas. Como recordaba Ramón Fernández Durán en
sus dos últimos libros, los países del Sur se hallaban en
mejores condiciones para hacer frente al colapso civilizatorio, por
la inclinación a vivir en pequeñas comunidades humanas, la mayor
conservación de los vínculos con la naturaleza y la importancia de
la vida social.
Son
éstas, alternativas que se proponen ante un mundo que
vertiginosamente se precipita hacia el colapso, y al que, o se le
impone una salida democrática, o puede quedar en manos de un
fascismo global. Algo así, recuerda Carlos Taibo, es lo que
planteaba el escritor y ecologista alemán Carl Amery en 2002, cuando
publicó “Auschwitz ¿Comienza el siglo XXI? Hitler como
precursor”. El libro considera un error el pensar que el nazismo se
limitaba a un contexto y a un periodo histórico concreto. Ante la
escasez de recursos, y la ambición por acumularlos en pocas manos,
los principales centros de poder político y económico pueden
recuperar en cualquier momento este proyecto (Podría considerarse a
Bush hijo como uno de los paladines de esta idea).
En
todo caso, Carlos Taibo reconoce el fastidio, el disgusto y la
contrariedad que le producen las apelaciones al “realismo”. En el
terreno doméstico, es lo que en buena medida le lleva a discrepar de
los economistas socialdemócratas. “¿Cuántos años tendrían que
pasar para que Izquierda Unida consiguiera una banca pública a
través de las instituciones?”, se pregunta. Así, concluye, “el
viejo proyecto libertario de lucha desde abajo resulta mucho más
realista”. Pero a veces se critica que los anarquistas sean muy
sagaces en la crítica al orden existente, pero no tan duchos en
aplicar las ideas que pregonan. “En ese punto hemos de espabilar”,
reconoce.
“Tus
ideas son muy respetables, pero poco realistas”. Porque el ser
humano es competitivo, feroz con sus iguales, egoísta y predador. A
estos enunciados responde Carlos Taibo: “Cada vez estoy más
cansado de los proyectos realistas”. Y se apoya en una cita del
pensador católico francés, Georges Bernanos: “El realismo es la
buena conciencia de los bribones”. Ya que, según el autor de
“Repensar la anarquía”, “lo que están haciendo es defender su
realidad, la que han construido en provecho de sus intereses”. Por
eso, “hemos de construir nosotros realidades distintas”.
En
sus reflexiones, el activista y docente aboga por la creación de
espacios autónomos en los que se funcione con lógicas antagónicas
a las del sistema. “¿No sería esto crear “micromundos”
ensimismados?”, se le interroga desde el auditorio. Una pregunta
sagaz y con intención. Responde Carlos Taibo que estos espacios de
autonomía han de coordinarse entre sí y mantener como prioridad la
lucha contra el sistema. Lo que le lleva a introducir otra cuestión
nada baladí, la gran diferencia -a su juicio- entre la cosmovisión
libertaria y la propia de la izquierda tradicional: “la
autoconciencia de lo que somos”. Una distinción que, citada de ese
modo, pudiera parecer pura metafísica, pero que tiene enormes
repercusiones prácticas. Para la izquierda tradicional, explica
Taibo, en un lado de la barrera se emplaza el sistema, y enfrente,
“nosotros”. Ahora bien, según la ideología libertaria, a estos
dos frentes se les agrega otro, decisivo: el ámbito individual.
“Cada
uno de nosotros reproduce en su acción cotidiana las lógicas del
sistema”, acota. Y ello no puede obviarse. No de otra cosa advertía
Castoriadis cuando señalaba el “constante renacimiento de la
sociedad capitalista en el seno del proletariado”. Conclusión: “No
reproduzcamos en los espacios autónomos las lógicas consumistas,
machistas y autoritarias”, alerta el profesor de Ciencias
Políticas.
En
ocasiones se le adjudica al anarquismo un “individualismo feroz”,
a lo que Taibo responde que, ciertamente, “se defiende una esfera
individual inviolable, pero también un colectivismo no coercitivo”.
Se da, por tanto, una combinación del individualismo y de la
colectividad, aunque -reconoce Carlos Taibo- “hoy tenemos carencias
en los dos ámbitos”. En lo individual, superar estas carencias
pasa por asumir el decrecimiento (la sobriedad y la sencillez
voluntaria) pero, sobre todo, hay un elemento de capital importancia:
“el 15-M tuvo un gran efecto vivificador”.
Esto
puede explicarse de manera muy tangible. En la eclosión del
movimiento de los “indignados”, llegaban a Madrid pensadores de
la talla de Edgar Morin o Zygmunt Bauman. En las entrevistas a estos
filósofos, El País solía titular de esta guisa: “El 15-M es un
movimiento emocional”. “¿Y qué?”, se pregunta Carlos Taibo.
“El problema se daría si fuera exclusivamente emocional”, añade.
Quiere decirse que el 15-M ha contribuido a recuperar una consigna
radical (en el sentido etimológico) que procede del mayo del 68 y el
movimiento feminista: “Lo personal es político”. Cuando cierra
el año, Carlos Taibo ha participado en decenas de conferencias en
ateneos, facultades, casales populares y centros sociales. Recuerda
que en una asamblea en Majadahonda, un joven intervino para asegurar
que el 15-M le había ayudado a socializarse y a recuperarse de una
crisis personal. “Eso es una buena noticia”, anota Taibo.
¿Por
qué cobra vigencia hoy el anarquismo? ¿Por qué están en un punto
de ebullición las ideas libertarias? Explica el autor de
“Libertarios: Antología de anarquistas y afines para uso de
generaciones jóvenes” (Lince) que, en parte, por el hundimiento de
las dos cosmovisiones que en el siglo XX compitieron con esta
ideología, es decir, la socialdemocracia (que, en el mejor de los
casos, aspiró a gestionar civilizadamente el capitalismo, y hoy ha
sido engullida por éste); y el leninismo (entendido como una
vanguardia “iluminada” que dirige la revolución, y una ciencia
social que ofrece grandes certezas); a ello se agrega un capitalismo
en fase de corrosión terminal, de colapso, acrecentado por una
descomunal crisis ecológica.
También
adquieren nuevos bríos las ideas libertarias en la batallona
cuestión sobre la democracia y sus reglas. Señala Carlos Taibo que
la palabra “democracia” ha sido usurpada por los grandes poderes
y, por ello, sería aconsejable buscar otro término. En el mundo
libertario, suele agregarse un adjetivo: la democracia “directa”.
De ese modo se critica a la democracia “liberal”, que no sólo
está basada en las desigualdades sino que las ratifica, en la que
las decisiones más relevantes son tomadas en la trastienda por las
grandes corporaciones financieras, y donde se elige cada cuatro años
a representantes que no pueden tomar decisiones sobre las grandes
cuestiones, porque les exceden. Además, “cuando las cosas se ponen
feas, la democracia liberal recurre a la represión o a los golpes de
estado”, apunta Carlos Taibo. Por eso, remata, “las elecciones
constituyen una genuina farsa”. El escritor y activista libertario
(de finales del siglo XIX y primeros del XX) Ricardo Mella resumía
el fondo de la polémica cuando, grosso modo, afirmaba que si uno
quería votar, podía hacerlo, pero lo importante era la lucha
durante los restantes 364 días.
Cuestión
diferente es cómo el anarquismo se plantea hacer frente al capital
en las empresas y las fábricas. Reconoce Carlos Taibo que,
actualmente, “las organizaciones anarcosindicalistas continúan
siendo el meollo del movimiento libertario”. Ahora bien, “resultan
más interesantes cuanto más se alejan del mundo del trabajo, ya que
-en este último supuesto- se centran en las reivindicaciones
salariales y ello les aleja de otras luchas: inmigrantes,
ecologistas, mujeres o países del Sur”. Taibo recomienda
formularle tres preguntas a un sindicalista: ¿Cómo trabajamos? (las
palabras “alienación” y “explotación” han desaparecido del
lenguaje de los grandes sindicatos); ¿Para quién trabajamos?
(cuestionarse al patrón, lo que sin duda hacían la CNT y la UGT
antes de 1936); y , por último, ¿Qué bienes y servicios
producimos? (asegurarnos que no pongan en riesgo la vida de las
generaciones venideras). Una trilogía revolucionaria.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia
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respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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