La desconocida historia del problema español
La desconocida historia del problema español
Público.es
Existe
un problema grave en España, que los establishments políticos y
mediáticos españoles, radicados en su mayoría en Madrid, definen
como el “problema catalán”, que es, en realidad, el “problema
español”, problema que se agudizó como consecuencia de la enorme
influencia que la derecha española (en realidad, ultraderecha en el
espectro político europeo) tuvo durante el mal llamado “proceso
modélico” de la Transición de la dictadura a la democracia. Como
he escrito en varias ocasiones, aquel proceso tuvo muy poco de
modélico, pues se hizo en condiciones sumamente favorables para las
derechas (que controlaban el aparato del Estado y la mayoría de los
medios de información y persuasión), y muy desfavorables para las
izquierdas, que habían liderado las fuerzas democráticas durante la
resistencia frente a la Dictadura (que fue una de las más represivas
existentes en Europa) y que acababan de salir de la clandestinidad.
La Transición fue un proceso enormemente desequilibrado, que
determinó un producto –la Constitución- que reflejaba, en muchos
de sus componentes, esta falta de equilibrio de fuerzas, con dominio
de las ultraderechas. Fue este desequilibrio lo que explica la visión
de España que se desprende de este documento. España –según la
Constitución- es una nación (sin reconocer que haya varias
naciones), y el Ejército tiene que garantizar que ello sea así,
recordando que el Ejército golpista (del cual el Ejército en aquel
momento era su continuador) realizó un golpe de Estado precisamente
para evitar una redefinición de España que se expresara a través
de un Estado plurinacional. La famosa llamada a la unidad de España
era una llamada al mantenimiento de un Estado uninacional.
No
debería olvidarse que aquel golpe militar se realizó para defender
la permanencia de un orden social y territorial injusto. Sus
dirigentes llamaron “separatistas” a aquellos que deseaban no
separarse de España, sino redefinirla. El Estado catalán, tanto el
propuesto por Lluís Companys como el propuesto por Francesc Macià,
era un Estado que se consideraba parte de una federación española,
o incluso ibérica, que debía reconocer su plurinacionalidad. En
contra de la versión oficial de la Historia de España, el objetivo
de las fuerzas progresistas en Catalunya durante la República no fue
el separatismo, sino el establecimiento de un federalismo que
permitiera la convivencia entre iguales, compartiendo voluntariamente
su existencia dentro de un amplio colectivo, con un Estado federal
plurinacional. Por cierto, el que sintetizó mejor este sentimiento
no fueron las figuras tradicionales del establishment mediático y
político nacionalista catalán, sino el dirigente del movimiento
obrero catalán El Noi del Sucre, autor prácticamente desconocido en
los medios de información de ese establishment.
Parece
ahora haberse olvidado que fueron todas las izquierdas, tanto las
españolas como las catalanas, las que siempre habían compartido
esta visión, que mantuvieron también durante la clandestinidad.
Esta visión federalista implicaba la autodeterminación de sus
componentes. Tan recientemente como en el Congreso de Octubre de 1974
de Suresnes, el PSOE subrayaba que “la
definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones
que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno
reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que
comporta la facultad de que cada nacionalidad y región pueda
determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto
de los pueblos que integran el Estado español”
(Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27
Congreso del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el
Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la
autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y
regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal
que preconizamos… La Constitución garantizará el derecho de
autodeterminación”,
manteniendo que “el
análisis histórico nos dice que en la actual coyuntura la lucha por
la liberación de las nacionalidades… no es opuesta, sino
complementaria con el internacionalismo de la clase trabajadora”.
“Autodeterminación” era la versión de entonces del “derecho a
decidir” de ahora. Este derecho a decidir –que permitía, si así
se deseaba, la separación- aseguraba que la permanencia –deseada
por la mayoría- era en condiciones de igualdad y voluntaria, no
forzada o impuesta.
El
cambio de las izquierdas españolas gobernantes
Este
compromiso desapareció en la mal llamada “modélica” Transición.
El cambio se debió a las presiones (en realidad, imposiciones) del
Ejército y del Monarca, que impusieron estas cláusulas de España
como la única nación, indivisible y salvaguardada por el Ejército,
que garantizaría la permanencia de este Estado uninacional. Esta fue
la condición de la Monarquía y del Ejército para permitir el
establecimiento de una democracia muy limitada. Varios protagonistas
de aquella Transición así lo han reconocido. Esta fue la causa de
que las izquierdas españolas cambiaran tan radicalmente. Y
ahí se encuentran las raíces de la falta de resolución del
problema español.
Su oposición a la redefinición de España, todo ello bajo la
argumentación de defender su unidad (la misma justificación que
habían utilizado las derechas para realizar el golpe militar del
1936), impidió que se resolviera este problema. Las fuerzas
conservadoras ganaron la batalla otra vez. Y presentaron la
aprobación de la Constitución por parte de la población española
en un referéndum como signo de una aprobación a un supuesto
consenso entre iguales que distó mucho de ser entre iguales y de que
fuera consenso. Las izquierdas, muy débiles y recién salidas de la
cárcel o del exilio, estaban ansiosas por tener democracia, por muy
limitada que fuera. Ahora bien, como me dijo en una ocasión Santiago
Carrillo, lo que las izquierdas consideraron como su gran éxito fue
la admisión del principio de que la soberanía procedía y derivaba
de la ciudadanía, sin ser plenamente conscientes, sin embargo, de
que la misma Constitución dificultaba que dicha soberanía se
ejerciera en las distintas naciones que ocupan el territorio del
Estado español. El derecho a decidir (formas de democracia directa
como referéndums) apenas se permitió, desarrollando unas
instituciones democráticas muy poco representativas (el 72% de la
población española está de acuerdo con el eslogan del 15-M “no
nos representan”) y muy poco participativas. Este fue el resultado
de aquella Transición claramente inmodélica, que no permite ni
siquiera referéndums de carácter consultivo, como es el que ahora
se propone en Catalunya.
Ahora
bien, el abandono por parte de las izquierdas españolas, tanto
socialistas como comunistas, de sus raíces y compromisos
federalistas, dejó el problema español sin resolver, agudizándose
todavía más las tensiones cuando el Tribunal Constitucional,
controlado por los dos partidos mayoritarios, eliminó elementos
claves del Estatuto (el intento de recuperar la plurinacionalidad del
Estado español) después de ser refrendado por la población
catalana, argumentando que la Constitución no lo permitía. Por lo
demás, la dirección del PSOE se convirtió en la gran defensora,
junto con las derechas, de esta versión uninacional de España. Y
cuando el intento de golpe militar de 1981 ocurrió, la Monarquía
acentuó la importancia de la unidad de España. En consecuencia, el
PSOE decidió que el Partido de los Socialistas de Catalunya dejara
de tener su propio grupo parlamentario, convirtiéndose en una rama
del PSOE.
La
situación actual
Y
ahora, el comportamiento insultante del gobierno del PP (con la ayuda
de los sectores jacobinos dentro del PSOE), con su arrogancia y falta
de sensibilidad hacia las reivindicaciones de la mayoría de la
población en Catalunya, que favorece el derecho a decidir, está
llevando a una situación de hartazgo que explica el enorme
crecimiento del sentimiento de separación respecto al Estado
español, creyendo imposible que esta España pueda cambiar. Y ahí
está el problema español, acentuado por las fuerzas conservadoras
de ambas partes del Ebro, que utilizan las banderas, una vez más,
para ocultar su alianza de clases.
Pero
se está cometiendo un gran error por parte de sectores de las
izquierdas españolas, al creerse que este movimiento pro “derecho
a decidir” es un movimiento de derechas, liderado por el gobierno
catalán. Y también es un gran error (que se repite maliciosamente y
desvergonzadamente por parte de las derechas, tanto el PP como UPyD)
creerse que este movimiento es un movimiento anti España. Es un
movimiento anti Estado español (ver mi artículo “La Sagrera: la
Catalunya real”, Público,
26.11.13), lo cual es diferente a ser un movimiento anti español.
Naturalmente que hay de todo, pero la mayoría no se siente anti
española. En realidad, la mayoría o la minoría mayor, son
catalanes que se sienten españoles pero que quieren que se reconozca
a Catalunya como nación, con su derecho a decidir su articulación o
separación con el Estado español. Los insultos que se están
promoviendo (acusando a este movimiento de victimista, insolidario, y
una larga retahíla de insultos predecibles), incluso por
personalidades de izquierda, están haciendo un gran daño,
estimulado el separatismo. En realidad, el fenómeno mas novedoso que
está ocurriendo en Catalunya es el sentir mayoritario de la
población (el 81%) de que la población en Catalunya tiene el
derecho a decidir (es decir, a ser soberana) y que un número cada
vez mayor de personas que se sienten españolas, además de
catalanas, votaría, dentro del proceso de decisión, por la
independencia, como rechazo a un Estado cuya máxima expresión es el
establishment político y mediático radicado en Madrid,
caracterizado por una extraordinaria arrogancia, que cree que la
única España posible es la que ellos están imponiendo cada día al
resto del país, incluyendo Catalunya.
Esto,
el establishment españolista, político y mediático, radicado en la
capital del Reino, nunca lo reconocerá. Pero el Estado español (del
cual son portavoces) ha alcanzado tal nivel de descrédito entre la
población de las distintas naciones y regiones de España que existe
hoy una agitación constante a lo largo del territorio español,
también de rechazo hacia este Estado. Las encuestas muestran como la
población española es de las que está más distanciada de las
instituciones del Estado en la Unión Europea. Y están surgiendo
elementos y movimientos contestatarios (que se iniciaron con el
movimiento 15-M) que son radicales, en el sentido de que van a las
raíces de los problemas, pidiendo y exigiendo una segunda
Transición, que permita el desarrollo de la España republicana,
alternativa a la que hoy existe, y que hermanada con los movimientos
soberanistas en Catalunya, consiga una España soberana, democrática
y justa. La alianza de los soberanistas catalanes y de los
soberanistas españoles que rechazan este Estado tan escasamente
democrático es la condición para conseguir, no solo lo que las
izquierdas históricamente desearon, sino lo que cualquier persona
democrática debería desear.
La
importancia del derecho a decidir
Este
sentimiento por parte de la mayoría de la población que vive en
Catalunya de que el pueblo catalán tiene que tener el derecho a
decidir no variará. Es un sentimiento de una enorme importancia,
pues equivale al reconocimiento de Catalunya como una nación
soberana.
Ahora
bien, en contra de lo que constantemente se presenta en círculos
nacionalistas, tanto españoles como catalanes, la demanda de este
derecho no es lo mismo que el deseo de que Catalunya sea
independiente. Naturalmente que el derecho a decidir implica la
posibilidad de independizarse. Pero el derecho a decidir debe tener,
por mera coherencia democrática, otras alternativas para que sea el
pueblo catalán el que decida. Ofrecerle solo una alternativa limita
este derecho. De ahí el error de creerse que el derecho a decidir es
lo mismo que pedir la independencia. La famosa fiesta en el campo del
Barça, erróneamente definida como la fiesta del “derecho a
decidir”, era en realidad una fiesta independentista. Detrás de
las declaraciones de la persona anfitriona que leyó el manifiesto de
la fiesta (que lo podría haber firmado la mayoría del 81% que está
a favor del derecho a decidir), había una bandera independentista
(mostrando un intento de instrumentalización de aquel sentimiento).
Pero
mientras que el 81% quiere que la población vote sobre su futuro, el
porcentaje de votantes a favor de la independencia, según las
encuestas, sería menor (52%), porcentaje que probablemente aumente
más y rápidamente si el establishment españolista radicado en
Madrid continúa su oposición al derecho a decidir, de lo cual los
independentistas son conscientes, pues se están beneficiando de este
comportamiento.
Ahora
bien, aunque comprensible en su comportamiento, esta captación del
derecho a decidir por los independentistas puede dañar este derecho,
pues, en caso de que hubiera tal voto y la mayoría no votara a favor
de la independencia, el establishment españolista concluiría que el
pueblo catalán no desea ser soberano. Y será un flaco favor para
aquellos que sostienen que Catalunya tiene que ser una nación
soberana.
Y
es esta misma visión del derecho a decidir que lleva a presentar por
partidos nacionalistas (tanto catalanes como españoles) los hechos
heroicos de la población catalana del 1714 como un movimiento del
pueblo catalán contra España, cuando en realidad fue contra el
Estado borbónico español, que anuló las instituciones catalanas.
Su derrota fue también la derrota de las fuerzas progresistas
españolas (lo cual nunca se dice) que defendieron la visión de otra
España, como bien indicaron los propios dirigentes de la revuelta
catalana. Aquella guerra la perdieron, además de Catalunya, todas
las fuerzas progresistas de toda España. La clarividencia de los
dirigentes catalanes de aquel momento fue extraordinaria, pues ya
entonces indicaron que la derrota de Catalunya significaría también
“la derrota de aquellos españoles engañados por el Estado
borbónico”. Ni que decir tiene que los paralelismos entre dos
momentos históricos tan distantes son muy limitados, pues incluso
las categorías Catalunya y España tienen diferentes significados.
Pero debe, sin embargo, señalarse que ya entonces hubo dos visiones
distintas de España, y que la victoria de una –de la cual la
España actual es heredera- se hizo a costa de Catalunya y de la
España progresista. Y de ello nunca se habla. Si se conociera,
habría un movimiento generalizado de las fuerzas progresistas en
España a favor del derecho a decidir en Catalunya y en el resto de
España.
Vicenç
Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas.
Universidad Pompeu Fabra
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia
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respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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