Una de las dos Españas hiela el corazón; la otra vive, lucha y recuerda


12-02-2014







Para E. Mayals, que se llama Elna

“Ya hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza,/ entre una España que muere/ y otra España que bosteza./ Españolito que vienes al mundo te guarde Dios./ una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. Los versos que todos hemos cantado alguna vez del “Españolito” de Campos de Castilla, del poeta republicano socialista don Antonio Machado.

La primera España machadiana tiene muchos representantes, siempre los ha tenido. Uno que está estos días en la mente de todos: doña Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y de Grecia, la hija de la primera autoridad del Estado borbónico. “No sé, no recuerdo, no le puedo decir nada, confiaba ciegamente en mi marido, pensaba que era una actuación dentro de la nueva economía emprendedora, tal vez sí pero no estoy segura, he firmado sin saber exactamente lo que firmaba, desconocía el origen de buena parte de nuestros ingresos, no se puede estar en todo, el amor, ay el amor,…”.

Y no sólo es ella por supuesto. Forman parte también de esa España sus abogados-entrenadores defensores, un catedrático de la Pompeu Fabra, por ejemplo, que jamás defendería a una joven del 15M o a una familia desahuciada y empobrecida de las PAH; el bufete de alto standing de don Miquel Roca i Junyent, alguien que estuvo de joven, al lado de Serra y Maragall, en los “Felipes”, tertulianos serviciales que ríen todos los malos chites borbónicos y desvían y maleducan la opinión y atención públicas,….

Son muchos y muchas. No sólo Barcelona sino también ellos tienen poder, mucho poder.
Pero hay también otra España, la que quiere vivir, la que no hiela el corazón. Rafael Guerrero [1] ha recordado a una persona que representa muy dignamente a esa Sefarad fraternal, afable, admirable, a veces olvidada, solidaria, sólida, esforzada, obrera, la España de María García Torrecillas.
María ha muerto a sus 97 años, el pasado lunes 3 de febrero, “después de haberse entregado a los demás allí donde estuvo”. En 2007 regresó a España, a Andalucía, tras “medio siglo en el exilio mexicano para recibir no sólo el cariño de sus paisanos del pueblecito almeriense de Albanchez, sino también el reconocimiento oficial del Gobierno andaluz”. Se la distinguió con la Medalla de Andalucía. Sus méritos fueron más que sobrados. En la Maternidad de Elna, en el sur de Francia, su incansable trabajo como enfermera voluntaria sirvió para salvar la vida “a cientos de niños y a sus madres, entre refugiadas republicanas españolas y mujeres judías que a duras penas podían huir del implacable acoso de los nazis”.

María partió a Barcelona a comienzos de 1936 donde estaba establecido otro hermano mayor. Hasta que se produjo el golpe militar. “De trabajar en el textil, María tuvo que adaptarse a trabajar en una fábrica de armamento para la defensa de la República. Entonces aprendió a convivir y a sortear los bombardeos de la aviación italiana, hasta que el cerco sobre la Ciudad Condal se estrechó y Barcelona cayó”. Y con la caída, la huida a Francia, los campos de concentración en las playas,… María comenta: "Eran lo peor que se puede imaginar. Allí no teníamos nada: arena, agua y alambre. Teníamos triple alambrada de púas y los gendarmes, allí parados riéndose cuando te echaban un caballo encima. Eso era el campo de concentración. Mucha miseria, mucha hambre, mucho frío y muchos parásitos que ya no sabías cómo quitártelos".

Quedó embarazada. No era aquel un escenario ideal para dar luz. Elizabeth Eidenbenz, una enfermera suiza, se lanzó a buscar recursos para montar un hospital maternal. Lo consiguió, en una antigua mansión en Elna, cerca de Perpignan. Francisco Fernández Buey nos acompañó hace años, en un viaje organizado por la Unitat Cívica de la República: Benjamin-Machado-Elna. También estuvieron, entre otros amigos y amigas, Jordi Mir, Miquel Casado y Olvido García Valdés.

De paciente, María se convirtió en activa enfermera y mano derecha de Eidenbenz. Tras el nacimiento de Felipe, su hijo, comenzó a trabajar cuidando recién nacidos y animando a las madres. "Allí no había horas. A las seis de la mañana yo ya estaba en las cunas, preparando los pañales para que a las siete las mamás empezaran a darles de comer".

Apunta RG que Elizabeth dirigía la maternidad de Elna con pulso firme y que “se apoyaba en María como su mano derecha, convertida en cómplice para jugársela engañando muchas veces a la Gestapo que perseguía sin piedad todo rastro de judías y también de rojas”. Dos años y medio estuvo María en Elna. Allí nacieron en condiciones higiénicas aceptables, casi milagrosas, alrededor de 600 niños y niñas, muchos de ellos de familias republicanas. De Cataluña y del resto de España, unidos fraternalmente.

Viajó María a México con su hijo tiempo después. Allí trabajó como enfermera en una maternidad, “donde volvería a asistir a cientos de madres españolas, y sería felicitada por la introducción de métodos de gestión ágiles y efectivos aprendidos en Francia y desconocidos en México”. Entretanto, su hijo Felipe fue escolarizado, “como un ejemplo más de la excelente acogida que el Gobierno mexicano de Cárdenas ofreció a los españoles que habían huido de la represión franquista”.

María estabilizó su vida en la capital federal. Especial mención merece, comenta RG, “el reencuentro con su hermano Juan, que había sido condenado a muerte por luchar en el Ejército republicano y que con la pena conmutada y tras haber pasado bastantes años entre rejas, recibió una autorización especial de las autoridades franquistas para cumplir una promesa y visitar el Santuario de Lourdes”. Lo aprovechó “para liarse la manta a la cabeza con su mujer y viajar a París, desde donde volaría poco después rumbo a México”.

María lamentó siempre no haber podido acompañar a sus padres en su vejez vivida “en su pueblo natal almeriense de Albanchez, ni haberlos podido abrazar antes de su muerte”. La última vez que los vio fue “cuando se despidió de ellos para irse a Barcelona con 20 años, en enero de 1936”.
¿Hay alguna calle en Barcelona, en la millor botiga del món, esa que ahora arregla el céntrico y más que sofisticado Paseo de Gracia con un presupuesto de 7,5 millones de euros, hay alguna calle, decía, que lleve su nombre?

María García Torrecillas publicó en México en 2006, a sus 90 años, un libro de memorias: Mi Exilio. “Descanse en paz este longevo ejemplo de mujer luchadora y solitaria”, concluye Rafael Guerrero. ¡Descanse en paz!

Mas otra España nace, apuntó Machado, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la tradición ilustrada y cultivada (de la “raza” escribió él en un sentido en absoluto racista). Una España redentora que no ha de ser implacable, una España que alborea sin hachas vengadoras en la mano, una España razonablemente enrabietada y con firmes, sólidas y sentidas ideas de justicia, equidad, libertad y solidaridad. La que tan dignamente representó (y alimentó) María García Torrecillas… y tan admirablemente representa el juez Castro, un servidor público que puede actuar y actúa con independencia.

¿No es posible entre todas y todos abonar y cuidar el demos de esa España republicana, federal, afable con todos, especialmente con los más desfavorecidos y vulnerables, una España sin exclusiones ni opresiones nacionales que como la otra de los años 30 renunciaría a la guerra como procedimiento de política exterior en sus relaciones con los otros pueblos de Europa, de una Europa no sojuzgada por el poder del capital y por las finalidades insaciables y antiobreras de un neoliberalismo impío y antidemocrático?

Nota:

Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista asesinado en el Camp de Bota de Barcelona en mayo de 1939 –delito: “rebelión”- José Arnal Cerezuela.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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