León VI Jornada de debates sobre la crisis.

[León] VI Jornadas de debate sobre la crisis

La crisis general del capitalismo es una crisis económica debido al descenso de la tasa de ganancia, una crisis social que se expresa en el aumento de la pobreza y de la exclusión social, una crisis política en la que los estados-nación actuales, las llamadas democracias, han perdido su supuesta soberanía nacional, ya que no deciden sus políticas, sino que implementan las que impone el pago de la deuda y sus acreedores; y una crisis ecológica en la que el deterioro del medioambiente en el planeta avanza hacia la destrucción de la vida.
Esta crisis del sistema coincide con un movimiento obrero internacional inmerso en su propia crisis ideológica, teórica y política. La evolución ideológica de la clase obrera y de sus organizaciones, es decir, la manera en que interpretan los hechos que les suceden o los acontecimientos más o menos próximos, está muy atrasada en el desarrollo de su conciencia de identidad y de organización para la construcción de la alternativa al capitalismo, respecto del desarrollo económico del sistema, es decir, de la crisis.
La ofensiva capitalista para remontar la crisis recurriendo a la destrucción de derechos sociales, políticos y laborales, a privatizaciones y recortes en los servicios públicos y a toda forma de expropiación de lo colectivo, podría facilitar la comprensión de lo que es el capitalismo para la vida de la mayoría de nosotras y nosotros y las relaciones de explotación que le son connaturales. Ante agravios como los que las grandes masas de afectadas y afectados estamos viviendo, sería de esperar que avanzáramos en la adquisición de una conciencia política que nos permitiera ver la necesidad de la construcción de la alternativa, la transformación de las relaciones sociales.
El capitalismo surgió y se extendió a lo largo de más de tres siglos y alcanzó el poder político a finales del siglo XVIII con una revolución, la Revolución francesa. En ella la burguesía arrebató el poder político a la aristocracia. Bajo este nuevo poder las relaciones sociales de producción se establecieron entre una clase poseedora de los medios de producción y una población, en constante aumento, que vendía su fuerza de trabajo a los dueños de los medios de produccióncomo única posibilidad de subsistencia. Con el tiempo, los que vendían su fuerza de trabajo se fueron organizando para su común defensa y, en buena medida, llegan a alcanzar una conciencia de su identidad (obrero, campesino…) en relación a otra identidad (propietario de fábricas, terrateniente…). Desarrollan una lucha colectiva y organizada que arranca mejoras en los contratos laborales, en sus condiciones de trabajo y salariales. En los siglos XIX y XX fueron (hasta los años ’80) protagonistas de transformaciones sociales y avances políticos y reconocidos como clase.
El capitalismo se ha ido transformando. De sus crisis más agudas, que son las crisis de superproducción como la presente, ha salido siempre mediante la destrucción del capital menos competitivo, como el caso de las empresas con mayores pérdidas de beneficio y con la destrucción de empleos.
En la actualidad, la crisis sorprende al mundo del trabajo desarticulado y fragmentado, con trabajadores en activo cada vez con menos derechos, por una parte y, por otra, mayor número de desempleados abocados a la marginalidad, divididos entre sí por categorías salariales e intereses individuales; un mundo mayoritariamente desorganizado política y sindicalmente, desarmado ideológicamente en la identificación de sus propios intereses, antagónicos de los de la clase propietaria del capital, y sistemáticamente invadido por unos medios de comunicación que alimentan su alienación en una sociedad que se presupone democrática.
¿Cómo este mundo del trabajo puede avanzar en el proceso de reconstrucción de su identidad en orden a construir una alternativa? Con una visión del mundo real mediatizada por una concepción burguesa del Estado, de la política y de la sociedad, y asumiendo como natural la lógica de la ganancia en las relaciones económicas, tiene muchas dificultades para reconocerse en su relación con el capital y para avanzar hacia la transformación de esa relación.
Ese estado de subalternidad ideológica del mundo del trabajo respecto del mundo del capital/burgués, ha sido estudiado desde la filosofía a la política por diferentes pensadores. Nuestro interés es que ese pensamiento trascienda a los propios trabajadores y trabajadoras y no sea secuestrado por intelectuales y académicos. La clase trabajadora, toda ella (obreros y estudiantes, mujeres, inmigrantes…), para superar la opresión y la explotación, necesitamos un pensamiento y una práctica consecuente que nos ayude a la transformación social en pro de una alternativa al mundo que vivimos.
Existe en la filosofía desde hace más de 300 años el concepto o categoría de sujeto que este año queremos abordar en estas VI Jornadas de Debate sobre la crisis. Ha sido desarrollado por pensadores como Descartes, Kant, Hegel y el propio Marx, e interpretado con distintas lecturas entre los teóricos seguidores de Marx. El recurso al sujeto forma parte ya de las ciencias sociales, de la teoría política y del discurso de una izquierda que reconoce la necesidad de que las masas populares se conviertan en sujetos políticos y sociales y trata de contribuir a la estructuración de esos sujetos.
Y también en la filosofía existe otra corriente, contemporánea, de pensamiento que rechaza la categoría de sujeto.
Estas dos líneas filosóficas, según reconozcan o nieguen el método dialéctico, desarrollan teorías que admiten o rechazan la validez de la categoría de sujeto: las primeras consideran determinante la intervención activa del sujeto en la historia (la clase cuando combate) y el peso de la subjetividad; las otras depositan únicamente en los factores objetivos, en el desarrollo de las fuerzas productivas y los procesos de la lucha de clases, la explicación de la historia.
Este debate en el mundo de la teoría y del pensamiento tiene sus implicaciones políticas y nos importa a los trabajadores y trabajadoras para no seguir tropezando siempre en la misma piedra del reformismo. Nos importa porque hay corrientes de pensamiento que consideran al hombre (el ser humano) como una categoría burguesa y en consecuencia se tilda al humanismo, la filosofía humanista, de ser una ideología de la burguesía. Lo hacen los filósofos franceses de los años 60 y 70 del siglo pasado (Althusser, Foucault, Deleuze y en décadas siguientes Negri y Hardt) que niegan la realidad o la vigencia del sujeto (la clase trabajadora como sujeto de los cambios revolucionarios), y en consecuencia desmontan la posibilidad de una intervención real, colectiva y consciente de los trabajadores en la transformación de las relaciones humanas, para acabar con la explotación y la opresión. Nos importa porque esta filosofía, con la crisis de la izquierda tradicional, pretendió instalarse como la gran teoría del movimiento de respuesta contra la globalización capitalista. Y sin mayor análisis, desde las bases movilizadas, se asumieron los presupuestos reformistas de este proyecto filosófico que rechazaba la dialéctica de Hegel, la que explica las contradicciones explosivas y se apartaba de todo proyecto revolucionario que planteara la confrontación con el Estado.
A esta filosofía, nada original por otra parte pues viene ya de los teóricos marxistas reformistas de finales del XIX y principios del XX (como Bernstein…), corresponde todo un lenguaje que desde hace más de treinta años funciona entre muchos de nosotros, gente que nos decimos de izquierdas, a modo de latiguillos, de obviedades, de bromas casi, y que esconde una deserción de la lucha para subvertir el sistema. Se oyen cosas como “Ya no hay clases”, “somos ciudadanos”; se elogia la diversidad y las alternativas parciales y prospera el pensamiento único; se recurre a una ambigua pluralidad, a la yuxtaposición de múltiples identidades separadas, desde las cuales se apela a la unidad, pero a una unidad de corte ciudadanista, interclasista, no revolucionaria. Por ejemplo, la actualmente tan cacareada “necesaria unidad de la izquierda”, se ha quedado, al desvanecerse los referentes políticos propios, y desgraciadamente para nuestros intereses como clase trabajadora, en eso, en mera yuxtaposición, en puro reformismo. En un universo de pensamiento hegemónico en el que prospera la fragmentación frente a la totalidad.
En los últimos años sucesivas oleadas de rebeldías han recorrido las sociedades capitalistas del mundo, desde el movimiento antiglobalización al principio del milenio, hasta las ocupaciones de las plazas en 2011 y las luchas de los sectores sociales y productivos afectados por los planes neoliberales - privatizaciones con los consabidos recortes sociales y desmantelamiento y reconversión industriales -, con escaso diálogo de sus protagonistas con el mundo del trabajo. Y los cambios, más ideológicos que de composición social de las movilizaciones, nos llevan de nuevo a preguntarnos por la identidad y el proyecto de sus participantes.

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