Mover ficha: volver a saber que sí podemos
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15-01-2014
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ficha: volver a saber que sí podemos
Corría
el año de 1553 y Éttiene de la Boétie, en su Discurso
sobre la servidumbre voluntaria,
se preguntaba cómo era posible que una sola persona gobernase sobre
todo un reino. Acertaba a señalar que la rutina era la principal
enemiga del cambio. Hoy sabemos que la obediencia al poder político
tiene también otras razones junto a la resignación (que crece y
crece cuando no se ven alternativas). La coacción, como siempre ha
sabido el poder, es bien importante para sembrar miedo (“hijo, tú
no te signifiques”). De hecho, siempre es su última razón.
También consentimos si vemos legitimidad en el poder político. En
nuestros países esa legitimidad viene del proceso electoral y del
cumplimiento de los procedimientos. No es de menor importancia la
inclusión ciudadana (disfrutar de todas las ventajas de la vida
social). Si la sociedad te abandona ¿por qué no va a abandonar tú
los compromisos con la sociedad? Y, por supuesto, razón no le
faltaba a de la Boétie, sigue siendo esencial para el orden
existente impedir que el pueblo salga del sopor conformista al que
invita el elevado muro de la imposibilidad y la inutilidad del cambio
que arman los que mandan. Todas estas razones de la obediencia están
rotas en España. ¿Entonces?
Nos
distraemos con quimeras, nos conformamos con migajas, construimos
horizontes con espejitos, nos asustamos con bravuconadas y nos
resignamos con el relato de nuestra supuesta impotencia. Intuimos que
somos muchos y muchas y que la indignación nos va creciendo. Pero al
igual que el mundo griego y romano prohibía a los esclavos vestir de
la misma forma para evitar que se supiera que eran muchos, nosotros
nos prohibimos a nosotros mismos encontrarnos en ese gesto que nos
cuente que estamos en la misma pelea. Aunque nos repitamos mil veces
que la unión de los que tienen razón hace la fuerza.
El
poder sabe mejor que nosotros mismos cuál es nuestra potencia. Y nos
tiene más miedo del que imaginamos. ¿Por qué ahora una ley
ciudadana que convierte en delito casi cualquier protesta en el país
con menor índice de delincuencia de Europa? ¿Por qué llenar el
barrio burgalés de Gamonal de antidisturbios? ¿Por qué presentar
cada disenso como una escuela de terrorismo? ¿Por qué presentar el
derecho a decidir como un delito y no como una oportunidad? Porque el
régimen del 78 sabe que la situación en España está cogida con
las meras pinzas de nuestro convencimiento. Y no tienen mucho más. Y
si empezamos a decir que sí se puede…
Bastó
que se expropiasen en el supermercado de una multinacional cuatro
carritos con aceite, lentejas y garbanzos para que pareciera que se
hundía la civilización occidental. La ciudadanía protesta en
Burgos porque les están robando la ciudad y el gobierno del PP tiene
que redoblar la represión porque necesita creer que detrás no está
el tío Juan y la tía María sino comandos itinerantes financiados
por Fu Man Chú (y un lugarteniente suyo con txapela). Decenas de
miles de jóvenes se han ido de España porque aquí no tienen
trabajo, y como el gobierno tiene claro que pueden regresar de golpe
a exigir lo que es suyo, quiere convencerles de que están en verdad
en un viaje de aventura. El Papa Francisco dice que el capitalismo es
contrario a la ética cristiana y Rouco Varela, en conversación con
Rajoy y Dolores de Cospedal, pone un amplificador a la guitarra de
los Kikos y grilletes a las mujeres, no vaya a ser que sigan
creciendo en derechos y digan que no aceptan ningún recorte más a
sus libertades.
El
vapor de la indignación flota en el ambiente. Falta la caldera que
lo concrete y ponga a trabajar las turbinas. ¿Nos imaginamos una
hucha común donde pudiéramos meter todos los ahorros de nuestra
desobediencia? Una referencia sentida como propia entre los que
luchan en Gamonal, en las mareas, en la verja de Melilla, en cada
oposición a un desahucio, abriendo comedores populares, presionando
a la burocracia en Bruselas, personada en las fosas y reclamando la
memoria histórica, siendo voz contra el fracking y los transgénicos,
ayudando a los emigrantes, siendo acusación particular en cada caso
de corrupción, la voz común en el señalamiento a los corrompidos
órganos de los jueces, defendiendo la ley de plazos en el aborto,
siendo el impulso de cada atrevimiento a reinventar la convivencia
común de los pueblos del reino, llenando de razón cada esquina del
Estado para acabar con la medieval institución de la monarquía,
velando por el cumplimiento de los derechos humanos por todos los
rincones, impulsando órganos ciudadanos que regresen la mercancía
“información” a su condición de bien común, siendo capaz de
ser la patria que nos robaron en 1936. ¿Tan difícil es?
No
tiene sentido que en mitad de la mayor crisis que nadie recuerda en
nuestro país, la capacidad política de respuesta siga sumida en la
impotencia. El PSOE desperdició su conferencia política por no
querer escuchar a sus bases que le pedían incorporar demandas
nacidas del 15M. Izquierda Unida, que siempre dijo que el espíritu
de la indignación era el suyo se empeña en desperdiciar cada
ocasión que se le brinda para romper con la lógica burocrática que
fagocita a los partidos. En otros lugares del Estado, la izquierda
más novedosa se ha acomodado en la identidad nacional y su principal
fuerza y necesidad reside en que no hay nadie fuera que represente
con credibilidad la invención -porque nunca la hemos inventado- de
una España federal y de izquierda que se aprenda a sí misma de otra
manera.
Estamos
en un escenario donde el PP está cambiando el contrato social que
hemos construido durante los últimos 35 años. La posibilidad que
utiliza la derecha está en nuestra perplejidad convertida en
impotencia. Por eso, la respuesta de la izquierda no puede ser la
fragmentación eterna, contentarse con esperar que le caigan las
migajas electorales de la mesa de los poderosos, resignarse a ser un
mero corrector -hasta donde se pueda- de los desmanes del
neoliberalismo, o pretender representar, desde la misma matriz de la
resignación, lo nuevo, sin entender que antes le toca reinventarse a
sí misma. ¿O es que puede la izquierda pedir al país que haga un
proceso constituyente cuando la izquierda ha sido incapaz de poner en
marcha ese proceso en su propia casa? ¿Va a pedir a la gente que
haga lo que ella no se aplica? ¿Con qué credibilidad?
La
respuesta de la izquierda no puede ser tampoco el reproche
interminable dentro de las propias filas (a los que les pese
demasiado el oprobio biográfico debieran tener la generosidad de dar
un paso atrás). No puede ser, de igual manera, la reivindicación de
demandas envejecidas o vestidas de gris que ignoren la necesidad de
un nuevo lenguaje y un nuevo gesto. No puede ser en absoluto el
maximalismo que se niega a seguir adelante porque ve sombras en
cualquier amanecer (¿nos acordamos en la Puerta del Sol de asambleas
de miles de personas frenadas porque una sola persona cruzaba los
brazos negando su acuerdo?) ni la intransigencia de quien quiere
imponer el cien por cien de sus presupuestos. Y, por supuesto, no
puede ser una fachada de reivindicación de las mayorías, de
reinvención de la democracia si no asume la radicalidad que exige la
época para acabar con la corrupción, con el autoritarismo, el
sexismo en todas sus expresiones, la destrucción de la naturaleza,
el oprobio a los inmigrantes, la falta de honestidad en lo público
y, en consonancia con lo que sigue siendo la contradicción principal
de nuestras sociedades, que no asuma que el mundo del trabajo
necesita ser reconstruido para que cada ciudadano y cada ciudadana
tenga la posibilidad de relacionarse con los demás a través de un
trabajo que no le robe la dignidad y le permita desarrollarse como
persona.
Hace
falta romper las tablas de la aburrida partida de ajedrez en la que
estamos detenidos. Hace falta una candidatura unitaria a las
elecciones europeas que nazca de un proceso de deliberación y
decisión populares. Es el lugar y el momento. Quienes se nieguen a
aprovechar la coyuntura para consolidar el proceso de unidad de la
izquierda no han entendido lo que nos estamos jugando. Nunca fue más
cierto que no nos sirve un trozo de la tarta: necesitamos reclamar la
tarta entera. Los contratos sociales los arman las mayorías. Pero
delante de nuestras narices lo están desmantelando las minorías.
Por eso decimos que el miedo tiene que cambiar de bando. Para que
pierdan esa impunidad que tienen los ladrones, los corruptos, los que
ofrecen trabajos basura, los que ofenden a las mujeres, los que
quieren regresar a una España de sacristía, los que insultan la
memoria histórica, los que vibran con Franco, los que expulsan a los
universitarios de las aulas, los que niegan el acceso a una sanidad
digna, los que tienen a este pueblo con la alegría robada. Los
zapatistas se taparon el rostro para que se les viera. Ahora nosotros
decimos que no para que podamos construir un sí que nos emocione.
Por
todo eso movemos ficha. Para que todos y todas entiendan la
oportunidad de hacer lo mismo.
Blog
del autor: http://www.comiendotierra.es/
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