¡El gran pacto!






Se me hizo amargo este té tunecino de miel y piñones. 
Cuaderno de Otoño. ¡El Gran pacto!

Sobre las Columnas de Hércules y la Cúpula de Sefarad, la luna creciente marca tu cuna. Ojos grandes y oblicuos de caramelo, caballo andaluz, deja tus cascos en mis manos, que en las fraguas del Sacromonte he de herrarte para tiempos venideros.
Más allá del callejón de la Inquisición, pasado el lugar donde estuviera el castillo de San Jorge, el aprendiz de poeta entró en un local buscando la calor del té. El río Betis discurría tras las vidrieras. A las espaldas del caminante los comensales convertían, con el alcohol de la sobremesa, las palabras en estrategias guerreras y llamaban a "Un Gran Pacto", una cruzada contra los impíos. Entre sus conocidas caras faltaba la de Escipión.

Treinta y cinco años echando sal sobre las heridas de esta tierra que, aferrada a sus troncos, busca las yemas desde donde florecer. Y vosotros, caballo de Troya en el jardín del Hospital de las Cinco Llagas, ebrios en la opulencia, década tras década poniendo en nuestras copas adormideras de la Alpujarra, queréis ¡ahora! despertarnos del letargo para serviros en la batalla. Pero, ¿contra quién y para qué? ¿No sois vosotros legionarios de este rey y formáis parte de sus mesnadas? ¿Quiénes son los caballeros del levante, del norte y del centro en esta quimera? ¿No son acaso los mismos que os regalaron el caballito de madera?.

Afiláis las lanzas al mismo tiempo que vuestras lenguas mientras le ofrecéis la cama al amo, le abrís la puerta al imperio y le dais nuestras hijas al prostíbulo del mercado. Y nos pedís que os ayudemos en una guerra santa, invitándonos a un gran pacto, eso sí, sellado con el sufrimiento y el sudor de este pueblo. ¡Un Gran Pacto contra la intransigencia, los insolidarios, los radicales nacionalistas y el centralismo!. Vosotros que engrasáis todos los días nuestras cadenas y grilletes, hijos de Tomás de Torquemada,que os huelen las manos a la tea que prende la pila de madera donde ardemos. Muertos, estáis muertos y sobre la espalda de Babieca, botín en Isbilya, caballo andaluz, putrefactos hasta el alma queréis dirigir la contienda para conservar la soldada.

Y yo, aprendiz de poeta,escuchando el sonido de vuestras babas que caen sobre la mesa frente a la Torre del Oro.

Se me hizo amargo este té tunecino de miel y piñones de la tarde cuando, buscando un lugar tranquilo donde otear la Introducción a la Historia Universalde Ibn Kaldoun, os encontré a vosotros, mercenarios. Pero estáis muertos. Sobre el lomo de Bucéfalo convertido en un jumento sólo podéis ofrecernos una misa de difuntos, y aunque vayamos todos al entierro, en la caja de pino sólo hay un difunto y tiene vuestro rostro.

La tarde va terminando mientras el Gran Río sigue su curso. Ya nacieron los poetas que escribirán sobre sus aguas y le regalarán al universo un ramillete de estrellas.


En Andalucía, otoño de 2012.


Marcos González Sedano
















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