Cuaderno de otoño. Despedida







          Despedida





Hay en mí otro ser con el que comparto la misma materia pero no el alma. Esta , cuando era niño y no conocía al otro, se resistía a dejarle un espacio, huyendo hacia la vega como el esclavo africano que busca su salvación. La mía se encontraba también entre los campesinos que allí seguían, después de siglos, laborando la tierra. Y, forzado como un reo, volvía a la escuela donde un maestro germanizado nos hacía aprender quiénes eran sus reyes: Ataúlfo, Sigerico, Walia.

He sido desde entonces irlandés en Londres, charnego en Barna, marroquí en París, negro en Nueva York, turco en Berlín... Y me han acompañado en el exilio Machado, Cernuda, Zambrano, Al-Mutamid…

Mi casa está ocupada y mi cuerpo es un campo de batalla donde dos espíritus se disputan el ser, y eso en sí es una victoria. Porque nosotros somos, en nuestra ignorancia, alegres fantasmas llenos de añoranzas que no sabemos de dónde nos vienen y adónde nos llevan, y descubrir al impostor que nos acompaña es estar cerca del bisturí que lo seccione o del pergamino en el que firmar el pacto.

Esta esquizofrenia cultural a la que nos han inducido nos sitúa frente al vacío, y en el fondo del barranco podemos distinguir, entre los libros quemados, los cadáveres de nuestros antecesores. Pero no, no hay suicidio, aunque tal vez alguien nos tenga guardada una invitación al kilómetro cuatro de la carretera de Carmona.

En esta España se puede ser de todo menos andaluz. Incluso se puede nacer en Andalucía, pero ser andaluz, no. Existe un código secreto, un pacto tácito entre los patriotas de derechas o de izquierdas de Hispania dónde se condena el ser andaluz. En eso no hay colores, las piedras están reservadas en las plazas para lapidar a los apestados. Pero no guarden cuidado los que se envuelven en la verde y blanca para hacer negocio, el lucro sí está permitido. Y el templo lleno de mercaderes repartiendo monedas de plata y comprando voluntades. Y nosotros aquí, aguantando como clavos los golpes del martillo, escupiendo contra el viento.

¡España, España, qué grande es España y qué bonita Andalucía! Así sigue gritando aquella herencia de la escuela germanizada desde las tribunas de esta tierra, repitiendo la misma cantinela: Ataúlfo, Sigerico, Walia... vestidos con trajes de faralaes importados de Bruselas.

¡Demasiado esfuerzo pedagógico para tan poco tiempo! ¡Si acaso alguien nos regalara otra vida! Pero nosotros no somos aquel hombre de Nazaret, aunque su tribu en la diáspora también llegara a esta casa. Y también ellos fueron aquí crucificados, robados, quemados, vejados y expulsados.

Sopla fuerte el viento en estos tiempos, arrastrándonos con él, llevándose, cómo no, este Cuaderno de otoño.



En Andalucía, otoño de 2012.

Marcos González Sedano


Comentaris

Joana ha dit…
Tristes lletres, però amb sentiment...

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