Unidad popular constituyente: la construcción de un nuevo bloque histórico
En
torno a la apertura de un proceso constituyente
Unidad
popular constituyente: la construcción de un nuevo bloque histórico
Lanzado
definitivamente el debate, surgen dudas, muy razonables en su
mayoría, sobre la conveniencia de la apertura de un proceso
constituyente. Cabe realizar de inicio algunas matizaciones.
Por un lado, ya estamos inmersos en un proceso constituyente. La
inadecuación existente entre Constitución real y sociedad es
sinónimo del tránsito antidemocrático hacia un nuevo régimen
político y un ordenamiento constitucional diferente que representa
un caso de auténtico fraude constitucional. Por otra parte, fuerzas
políticas claramente oportunistas
apuestan por llevar a cabo un proceso constituyente sirviéndose de
toda la potencia atractiva del concepto pero esquivando su naturaleza
radicalmente democrática y planteándolo como una mera contienda
electoral en la que desde lo constituido se llevarían a cabo
reformas de escasa trascendencia cuando no abiertamente
reaccionarias. Esta estrategia comparte con la propuesta
de reforma del PSOE
el rehúso del ejercicio de la soberanía popular. Son los herederos
de los John Adams y los Alexander Hamilton temerosos del “despotismo
democrático”.
Frente
a los recelos que sensatamente se generan conviene afinar. Cuando
algunos nos referimos a la necesidad de apertura de un proceso
constituyente entendemos que debe tratarse de un proceso
radicalmente democrático:
de abajo a arriba, con mecanismos de participación directa a fin de
que la asamblea constituyente esté en dialogo permanente con la
sociedad, retroalimentándose dialécticamente organizaciones,
movimientos sociales y ciudadanos con los constituyentes, dando uso,
como en Islandia
, de las nuevas tecnologías como vía complementaria de
transparencia y participación. O lo que es lo mismo, propiciando la
activación del poder constituyente, entendido como medio para la
transformación, sujeto de la misma y bandera aglutinadora. Esto es,
el poder constituyente es, per
se:
1) un poder original, no dependiente de ningún poder anterior; 2)
inicial, pues su impulso no depende más que de él mismo; 3)
fundador, al suponer una ruptura con el anterior ordenamiento
jurídico-político; 4) incondicionado, ilimitado, soberano y en
consecuencia prejurídico; 5) únicamente fundamentado en la
legitimidad democrática; 6) correlato del derecho de resistencia,
una impugnación general al sistema encarnada por las mayorías que
se traduce en un proceso de acumulación de fuerzas populares con
voluntad de transformación y ruptura.
Hegemonía
y poder constituyente
Ahora,
se nos podría reprochar no estar haciendo más que un brindis al
sol. El sujeto constituyente brilla aparentemente por su ausencia y
cualquier planteamiento constituyente dada la actual correlación de
fuerzas no supondría, en el mejor de los casos, más que puro
gatopardismo y, en el peor, una opción de carácter protofascista.
Se repite con razón que una Constitución no es más que el reflejo
y cristalización de determinadas relaciones de clase en un momento
determinado. De ahí que cualquier opción constituyente que, lejos
de acabar en los dos escenarios anteriores, pretenda la ruptura
democrática necesita obligatoriamente de un instrumento
político hegemónico
que aglutine a las mayorías en torno a un proyecto de derribo de
l’ancien
régime y
su sustitución por uno construido colectivamente.
En
crisis, más que el ingenio se agudiza el instinto de clase.
Disparadas las alarmas, y obviando las múltiples opciones
disparatadas de quienes pretenden pescar en río revuelto, empieza a
tomar fuerza y vertebrarse la opción de aquellos que comprenden que
la única forma de ganar una constituyente implica amplias alianzas
sobre un programa
de mínimos democrático
que, dejados de lado los matices, comparten ampliamente las opciones
de izquierda.
Este
frente de unidad popular constituyente no es un mero deseo sino una
opción real. Tal y como señalan los últimos
sondeos de opinión
, ante la caída de las dos fuerzas mayoritarias, IU tiene una
intención de voto del 15,3% que no debería despreciarse, o, al
menos, apreciarse en la misma medida en que se subraya el importante
ascenso de UPyD que, a prácticamente dos puntos de diferencia de IU,
muchos ven ya como el sustituto natural con más papeletas para ser
el la próxima pata derecha del régimen.
Resulta
obvio, como se ha repetido en múltiples
ocasiones
, que IU no puede formar una alternativa de ruptura en solitario pero
tampoco se puede prescindir de ella. Si bien requeriría de un
estudio más detallado, una simple suma nos permite vislumbrar
fácilmente un escenario en el que un frente constituyente que agrupe
a las diferentes opciones de izquierda se convierta en primera
opción. Éste se vería además fortalecido por los votos de
múltiples militantes y votantes del PSOE sumamente descontentos con
el rumbo de su partido así como por el empuje de las mareas.
Aclaremos
que no se trata de una mera ilusión basada en el resultado de una
serie de encuestas sino en los resultados de las últimas
elecciones catalanas
, en las que la suma de votos de CUP, ICV-EUiA y ERC se quedó a poco
más de 130.000 votos de CIU. Según los últimos
datos disponibles
la intención de voto directa de los tres partidos (34,8%) superaría
a la de CIU, PSC y PP (27,7%). Es también el caso de Galicia en el
que en las últimas elecciones AGE llegó a ser el segundo partido
más votado en Coruña
y Santiago
. Asimismo, según
el último sondeo,
AGE estaría a punto del sorpasso
al
PSOE.
Es
cierto, no obstante, que la sencillez de las sumas no ha de hacernos
olvidar múltiples posibilidades como es la de un gobierno de
repliegue a la griega de las opciones en defensa del régimen.
Igualmente, otros sondeos, notablemente el último
del CIS
(a pesar de haberse realizado con anterioridad al último escándalo
del PP) animan a moderar el optimismo. En este sentido, no resultaría
fuera de lugar la aparición de una fuerza
catch-all (“atrapalotodo”)
situada en el plano contrario a UPyD y con un discurso que conecte
más fácilmente con ciertos sectores que, aún coincidiendo con
muchas de las propuestas de la izquierda nunca darían su voto a una
opción etiquetada como tal. Los espacios que ocuparía son
diferentes a los señalados a la izquierda y bien podría esta fuerza
ser el empujón necesario para una eventual victoria del frente
constituyente.
¿Por
qué un proceso constituyente?
Hay
quien podría considerar que aún en el supuesto de que este frente
obtuviese una mayoría electoral resultaría más útil cumplir con
los preceptos de la actual Constitución que recorrer el siempre
espinoso camino de un proceso constituyente. Incluso, desde otras
posiciones, se nos podría replicar aduciendo que no planteamos más
que una posición reformista que no pretende atacar de raíz las
relaciones de producción capitalistas.
Al
primer razonamiento, según el cual antes que construir algo nuevo
resulta más pragmático asegurarse y servirse, si cabe con algunas
modificaciones puntuales, de la actual carta constitucional, cabe
oponer, en esencia, tres argumentos. En primer lugar, como ya se ha
dicho, estamos inmersos en un proceso constituyente no democrático
que desfigura por completo nuestra Constitución. El marco
constitucional del 78 está obsoleto. Queda por ver si el proceso
constituyente es democrático o si queda en manos de la reacción.
Como dice Žižek: "El fascismo reemplaza literalmente a la
revolución izquierdista: su ascenso es el fracaso de la izquierda,
pero simultáneamente una prueba de que había un potencial
revolucionario , una insatisfacción que la izquierda no pudo
movilizar". En segundo lugar, se trata de una cuestión de
legitimidad
democrática:
no debe seguir manoseándose la Constitución, en un sentido o en
otro, sin la voluntad ciudadana. Por último, son mayoría los
españoles que no pudieron votar la Constitución. Como dijese Thomas
Paine: “Las circunstancias del mundo están cambiando
continuamente, y las opiniones de los hombres también; y como el
gobierno es para los vivos y no para los muertos, sólo los vivos
tienen derecho sobre él. Aquello que en determinada época puede
considerarse acertado y parecer conveniente, puede, en otra, resultar
inconveniente y erróneo. En tales casos, ¿quién ha de decidir?
¿los vivos o los muertos?”
Quienes
puedan entender que no se trata más que de una estrategia reformista
que evita atacar los cimientos del capital deberían ser conscientes
de que, dada la actual correlación de fuerzas, plantear programas
maximalistas es sinónimo de inmovilismo. ¿Es necesario recordar la
composición de la conjunción republicano-socialista que obtuvo
amplia
mayoría
en las elecciones a cortes constituyentes en 1931? ¿Significa ello
que habría de rechazarse la Constitución de la II República al ser
reflejo de unas mayorías en las que participaron elementos como el
Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux? Sin duda alguna
podía haber sido mejor. Como sin ninguna duda la Constitución
resultante del frente constituyente que planteamos habrá de ser
superada en algún momento. Pero es necesario dar
el primer paso
que nos permita desanclar y avanzar.
Encauzar
el resquebrajamiento del consenso del régimen del 78, la pérdida de
la capacidad de control-dirección ideológica de la clase dominante,
incapaz de hacer valer sus propios intereses como intereses
generales, hacia un proceso constituyente radicalmente democrático
en el que se dé una acumulación de fuerzas rupturistas, supone el
principio de posibilidad de forja de un nuevo bloque histórico, de
deconstrucción-construcción de lo social (deconstrucción en tanto
desnaturalización del orden vigente y construcción en tanto
planteamiento de alternativas), de creación de una nueva
cotidianidad,
una nueva hegemonía cultural.
La
nueva institucionalidad permitirá el desarrollo de proyectos
contrahegemónicos a través de un entrelazamiento entre lo
constituyente y lo constituido que, en consonancia con la mejor
tradición republicana democrática, cree mecanismos democráticos
participativos que supongan una progresiva superación
dialéctica
de los elementos representativos y de formas de propiedad privada por
elementos de democracia directa y formas comunes de propiedad; un
entrelazamiento en el que mientras lo constituido se convierte en el
elemento garantista que permite la participación activa y el respeto
al cumplimiento de los derechos constitucionales, el poder
constituyente se erige en su eventual defensor a la par que en
elemento dinamizador (antiestático) de lo constituido. Se trata de
entender la Constitución en sentido emancipatorio, como una
herramienta de permanente democratización de la democracia que
conjugue rebelión y Constitución, dándose un replanteamiento
constante, una revolución permanente, que permita transitar, con
métodos radicalmente democráticos, hacia el horizonte democrático
del autogobierno político y económico. Incluso, en el corto plazo,
el ejercicio democrático, que ha de resultar siempre incómodo al
poder constituido, evita su acomodamiento garantizando que no vuelva
a repetirse la traición del PSOE del año 82.
Por
último, y parafraseando a Benjamin, el proceso constituyente habrá
de ser el freno
de emergencia
que evite el descarrilamiento al que nos conduce el capitalismo. En
las constituciones occidentales actuales los derechos sociales,
económicos y culturales, entendidos como “principios rectores de
la política social y económica de los poderes públicos”, quedan
despojados de mecanismos de protección jurisdiccional con los que sí
que cuentan los derechos civiles y políticos. El constitucionalismo
social se demuestra (paradójicamente) una herramienta débil en la
protección del Estado social cuando las políticas económicas
neoliberales se convierten en hegemónicas. En este sentido, el nuevo
texto constitucional ha de rehuir del nominalismo en pos del
normativismo garantizándose la aplicabilidad directa de todos los
derechos con el fin de evitar la omisión en el cumplimiento de los
mismos por motivos tradicionalmente alegados como la ausencia de
legislación o la incapacidad económica. Asimismo, un diseño
constitucional viable pasa necesariamente por el replanteamiento del
modelo de crecimiento dada la imposición de los límites
medioambientales y por ser alternativa a un modelo de desarrollo
sostenido por una estrategia de obtención de recursos imperialista
que conduce no sólo al sufrimiento de los pueblos sino a un
escenario bélico interimperialista nada deseable en un contexto
multipolar.
Como
diría Joe
Strummer
en oposición al pueril No
future
de los Sex Pistols, The
future is unwritten.
Y ese es, en última instancia, el sentido del poder constituyente y
de la democracia.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia
de Creative Commons,
respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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